Armado con las botas y mi querida chaqueta me echo a la calle. Huele a calle mojada, los acordes del tráfico y las gotas suenan y rebotan por todos lados.
Llueve fuerte y dejo que la capucha abrace mi cabeza, la lluvia se lo va llevando todo, poco a poco nada impora, lava las preocupaciones y los pensamientos ( buenos y malos sin discriminar) llenandote solo de las explosiones de gotas contra el pavimento.
Es un movimiento rápido y brusco. Cientos de gotas empiezan a resbalar por mi cara y a mojar mi pelo. Me siento bien, siento que he recuperado algo, no perdido,si no olvidado y aletargado dentro de mi.
Cuando la capucha cae sobre mis hombros, una luz gris plateado inunda el cielo y llena mis ojos. Es una luz mágica, una luz fantástica ( de fantasía, porque parece irreal).
Como si de un mecanismo ligado a la capucha se tratara, la lluvia va parando hasta quedarse casi en un leve goteo.
Se alza ante mi como una lección vital:
"No tengas miedo a mojarte, es cuando te lances que verás que en realidad, no llueve tanto. En realidad, todo empieza cuando dejas de tener miedo y te dejas llevar.
Me doy cuenta que la lluvia, una vez más, me enseña y me hace sentir bien, es parte de mi. Cuando una voz me dice:
¿Como no va a ser parte de ti si eres un jinete de nubes?
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¿Lo soy? ¿De verdad lo sigo siendo?
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¿Acaso he perdido parte de mi esencia, o solo está aletargada?
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Silencio, la voz, que es mi voz, calla.
Gozo del momento mientras me doy cuenta que hay preguntas a las que temo responder
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